Reseña
“Este libro destroza varios mitos. Y entre ellos el de la propia imagen del etnógrafo”, dice María Cátedra en su prólogo para esta edición española. [No sale, ciertamente, muy bien librada la imagen del estudioso de campo de esta autorreflexión de Rabinow sobre su propia tarea en Marruecos: ni desde el punto de vista de sus motivaciones, ni desde su perspicacia, ni en último término, desde el de la credibilidad absoluta que su carácter de observador monopólico de una cultura le otorgaba antes al volver a la suya propia.]
Era una desmitificación necesaria, llevada a cabo de manera inconsciente, en las dos décadas anteriores, por aquellos antropólogos que, como Margaret Bowen, Balandier, o Maybury-Lewis, habían elegido contar informalmente, y al margen de sus monografías académicas los pesares y alegrías del trabajo de campo.
Casi al mismo tiempo que Rabinow, el inglés Nigel barley cantaba su mismo “mea culpa” con una gracia y unautoironía insuperables. Rabinow y sus colegas autocríticos americanos (Crapanzano, Dwyer, rosaldo, etc.) no se distinguen ciertamente por el humos con que abordan su culpabilizada misión como etnógrafos.
Los “hijos de Malonowski”, como Geertz un tanto irónicamente los ha llamado, están demasiado artificiosamente empapados de psicoanálisis, retórica y hermenéutica “ricoeuriana2, para poder ironizar sobre su situación. Con todo, la reconsideración del lugar del etnógrafo respecto de sus informantes, y las distorsiones que en semejante contexto sufre la información, aparecen abordadas por Rabinow con eficacia, lo que ha convertido a este libro en un texto pionero y de inevitable cita en la actual reconsideración general del estatuto epistemológico de la antropología.