Reseña
La disolución del clasicismo es el anverso de una moneda cuyo reverso es la construcción de lo moderno. Este es el hilo conductor que enhebra estos ensayos. Tras esclarecer lo clásico en la Estética y el Clasicismo en las artes, su disolución en el relativismo artístico es abordada desde el Renacimiento en la intersección de la historia y la teoría del arte, mientras que la incoada desde finales del siglo XVIII por el relativismo del gusto se apoya más en la teoría estética y la variedad de las experiencias estéticas cosechadas en los viajes, las ruinas encontradas, ciertas tipologías del proyecto, los modos en el jardín paisajístico, y el desbordamiento en lo “pinturesque” y lo sublime.
En ambas direcciones la querelle se alza como telón de fondo sobre el que se proyecta una oposición entre la belleza absoluta y la relativa que, extrapolada a las artes se transforma en la existente entre los signos naturales y los artificiales y, a no tardar, el triunfo de la artificialidad escora hacia el convencionalismo y la arbitrariedad de sus lenguajes, el pluralismo historicista, en donde se legitiman las manifestaciones de las naciones europeas y de los pueblos y épocas más diversos, y la fragmentación en la que el estilo como lenguaje universal del arte cede protagonismo a las “maneras”.
Finalmente, el “clasicismo romántico” promueve una síntesis que, en esta ocxasión, se ejemplifica en la estética de Kant, la estetización ético-política de Schiller, las arquitecturas del Iluminismo francés y Schinkel o la pintura de C.D. Friedich. Si bien en la modernidad posterior la disolución del clasicismo no supone desaparición sin más en el actual régimen de competencias, si es que no de simulaciones. ¡Pero esto sería otra historia!