Reseña
“Africanismo y Orientalismo español en el siglo XIX” es un ensayo erudito que tiene por núcleo temático la imagen que el mundo ibérico se forjando del Norte de África durante los siglos de expansión marítima coincidentes con la terminación de la sedicente reconquista. Navegantes, adelantados y exploradores ibéricos fueron entonces a Berbería a fijar una frontera, a reconocer in situ a un viejo antagonista, y a incorporarlo al mundo de sus creencias. Soldados, cautivos rescatados, predicadores y letrados pusieron los fundamentos de una visión ibérica de Berbería destinada a perdurar en la mentalidad colectiva.
Cuando España –en cuestión- reemprendió su actuación histórica en el Norte de África ya avanzado el siglo XIX, era una pequeña potencia abrumada por sus conflictos internos. A remolque de la nueva expansión europea, protagonizada en el Noroeste de
África por tropas y colonos franceses, la España oficial volcó su atención en las tierras del vecino meridional por excelencia, Marruecos.
Se generó de este modo, -inorgánica, informalmente- el Africanismo español contemporáneo. Figuras de la política, intelectuales de academia, miembros del cuerpo diplomático, los institutos armados y la órdenes religiosas terciaron, una vez más, en el tema de los convenientes y desventajas de la actuación en el viejo Imperio xerifiano. Todos ellos contribuyeron a engrosar un discurso sobre Marruecos en cuanto quintaesencia de África; y en ese discurso vertieron rancios estereotipos procedentes del pasado, nunca diluidos del todo. La visión hispana de Marruecos era reveladora, también de la conflicriva inserción española en las coordenadas internacionales de la segunda mitad del siglo XIX.
En la controversia del Aficanismo ochocentista, en la construcción de su discurso sobre los objetivos a perseguir al otro lado del Estrecho de Gibraltar, intervinieron también –aunque con otro lenguaje- novelistas, pintores, viajeros improvisados. Su aportación al tema consistió, casi siempre, en un contradiscurso que hizo de la concordia entre pueblos vecinos y del respeto a la diferencia del otro el sostén de su imaginería propia. Fortuny y Galdós fueron pioneros de esta visión.
Fue así como, en defecto de una gran expansión colonial por el resto del mundo árabe-islámico, España hizo de Marruecos, al menos entre 1860-1912, el foco principal de su acción exterior, el tema dominante de sus debates internacionales, la musa dilecta de su inspiración literaria y plástica, susbstituyendo, en parte, a la rica herencia andalusí, redescubierta por los románticos.
Ahí reside la clave concreta de por qué el orientalismo español del ochocientos haya sido, en amplia medida, africanista. Tal es la hipótesis interpretativa sobre la que reposan las páginas de este ensayo.